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Consejo de un viejo a un joven Presidente

 

Marino Vinicio Castillo R.
Santo Domingo, RD

Hace muchos años, para ser exacto marzo del ´73 del pasado siglo, tuve una entrevista inolvidable con el entonces presidente de la República, Joaquín Balaguer.

Era el tiempo excitante de la aplicación de su Programa de Leyes Agrarias, en el cual yo participaba intensamente y, desde luego, lo veía con frecuencia.  

Sin embargo, un día me hizo llamar porque tenía interés de mi opinión acerca de un complicado expediente de Latifundio en el Este de la República. Me dijo más o menos estas palabras: “Yo quiero que seas tú, aunque no sea esa la Comisión a que perteneces, quien trate ese expediente, porque quiero tener mucha seguridad de la idoneidad de los procedimientos.”

Me llamó la atención, porque él no abandonaba su práctica de reunirse cada jueves con sus Comisiones Agrarias, cinco en total, algo que me hizo pensar que había algún factor muy especial que motivaba esa llamada y las instrucciones por mí recibidas.

No le dije nada y aguardé unos días para el estudio y la inspección en los lugares, de modo tal que me dejara en condiciones de hacer un informe del nivel demandado.

En efecto, cuando estuve preparado, fui a verle y le hice una serie de precisiones, incluso, cité hasta algunos elementos históricos de la propiedad, y me referí con mucha delicadeza a la posible destinación que aquellos terrenos tendrían para el desarrollo turístico.

Me oyó con mucha atención y entonces hizo algunas reflexiones, como si estuvieran destinadas a que mantuviera un secreto absoluto del tratamiento especial que se le daba al examen de ese expediente, porque él no quería levantar ronchas que espiritualmente pudieran mortificarle, en razón de que la amistad, y la gratitud que se pueda tener dentro de ésta, no son buenas consejeras para las decisiones presidenciales.  De ahí su interés específico en que ese expediente no fuera manejado por canales burocráticos ordinarios.

En esa entrevista inolvidable, aquel Maestro del Poder me dijo: “El ejercicio de la presidencia es muy complejo, porque somos seres humanos con nuestras cargas de afectos y de fidelidades y ocurre que la misión esencial que es la cosa pública, tiene que ser servida en forma muy escrupulosa, a fin de que no se dañen o se mermen los intereses sagrados que encierra.”

Hubo un momento en que me dijo, además: “En cierta medida, este escritorio tengo que mantenerlo fortificado, como en la antigüedad se hacía con los bastiones de defensa de los pueblos y hay que tener una especie de foso alrededor con aguas, si se quiere, hostiles, para poder hacer una resistencia adecuada a las ambiciosas aspiraciones que siempre merodean al poder de parte de gente a quien se le debe respeto, muy apreciable, pero que tienen legítimamente sus intereses, no necesariamente compatibles con las ventajas públicas.”

A mí me conmovió la explicación y después admiré la forma en que ese diestro estadista abordaba y resolvía los trastornos.

Eso sí, no dejó de decirme algo que quiero transmitírselo como consejo al actual joven Presidente que tenemos: “En todo caso, la decisión presidencial tiene que tener algo de la energía de un rayo, siempre que esté bien protegida en su carácter justo. La vacilación es muy nociva, porque se presta a maquinaciones especulativas malsanas de otros.  Te lo doy como consejo para lo que te resta de vida.” 

Ahora, en que se avecinan los cambios tradicionales en el poder en ocasión de la fecha de la Restauración Gloriosa de la República, me animo a traer esas reflexiones como reminiscencia, porque pienso que el presidente Luis Abinader necesita oir los consejos, todos, aunque tenga que empeñarse en seleccionar aquellos más sanos o más alejados de sospechas de propósitos inconfesables.

“Algo de la energía de un rayo”, es la clave. Significa decisión fulminante, no improvisada, justamente pertinente. El presidente Abinader tiene que poner caso muy sensitivo a los dos años que le restan de su período.  Husmear, sin prejuicio, por dónde pueden estar las malas intenciones destinadas a tramar su inestabilidad, de tal modo, que lo puedan desalentar, en cuanto a pretender el privilegio innegable de optar por una reelección presidencial.

Sus nuevos, pero ya palpables adversarios, tanto de adentro como de fuera, están a la vista y sería una ingenuidad penosa de su parte que no provea medios de defensa adecuados: Vale decir, por mucho que sea el aprecio y la gratitud que pueda deberle a alguien, siempre estará de por medio la responsabilidad de que el mando resulte eficaz, y dentro de esas preocupaciones, la defensa de la paz institucional es lo esencial.

Se podría pensar que estoy azuzando cosas que pueden no ser del agrado de muchos, pero les aseguro que, a mis años, el foso aquel del consejo del viejo Presidente, cuando lo sugiero, es porque lo puedo hacer, dado que estoy libre, ya, de pasiones y de cálculos interesados.

La hora nuestra es insólita, nos asedian peligros mayores; quien nos gobierna, en medio de un doloroso rosario de crisis, puede equivocarse y ésto es algo que hay la necesidad de enfrentarlo en forma constructiva, para que no ocurra. El silencio, pues, es pecado.  

Al presidente Abinader, que le ha tocado este trágico trance del mundo, que nos puede amortajar como Patria, le aconsejo mantener fija su atención en la suerte nacional y rogarle a Dios que le ilumine para que así sea.  

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