La cercanía de la central termoeléctrica de Punta Catalina se
siente en el ambiente. No es el ruido de la planta, que es prácticamente
imperceptible, es un olor a quemado distinto al acostumbrado en
Peravia, una zona donde la combustión de la caña de azúcar es usual.
“Ese
olor... Después de la planta es que viene ese mal olor”, dice Pedro
María Aybar, un hombre mayor que trabaja en las extensas siembras
agrícolas que rodean el patio que se habilitó para depositar las cenizas
de Punta Catalina.
Los desechos se ven fácilmente desde la vía.
Una meseta de cenizas grises se levanta unos dos kilómetros al noroeste
del lugar donde opera la central a carbón. Se trata de un patio a cielo
abierto al que se trasladan esos desechos generados por la planta.
Actualmente se observan camiones de volteo y grúas operando sobre las
cenizas, para descargar las nuevas y para aplanar y humedecer las que ya
están allí.
CREDITOS A DIARIO LIBRE