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Fray José El rostro de la caridad en medio de la pobreza

Su gran anhelo es lograr una República Dominicana hermosa, poder admirar sus calles y caminos vecinales asfaltados, que la gente goce de una educación de calidad y sobre todo… ¡que haya viviendas dignas para los más pobres!
Para hacer realidad este deseo, el padre fray José María Guerrero apela a que cada dominicano se sume a las obras de bien social que realiza a través de la Fundación Futuro Cierto.

Su propia experiencia de vida, en la que hubo limitaciones, escasez y penurias, motivó a fray José a apostar por un salto cualitativo en su país, impulsándolo a ayudar a los más vulnerables. ¡Cuánta alegría demuestran los pobres al ser recordados y auxiliados!
“Soy dominicano, amo mi patria, pero sufro por RD y me pregunto, ¿hasta cuándo estaremos reproduciendo ciclos de miseria?”. Y aunque se caracteriza por hablar quedo, al decir esto su voz se eleva, clara y fuerte.

Relata que cuando tenía cinco años, allá por 1965, sus padres, Ramón Ávila y Micaela Guerrero, emigraron de un campo de Higüey a la ciudad capital junto a sus trece hermanos, porque la vida se volvió difícil para los campesinos.
Dice que se radicaron en El Caliche, la parte más deprimente del sector de Villa Duarte, situado en una laguna, donde recuerda que “gobiernos iban y venían y el entorno seguía igual”. Al día de hoy nada ha cambiado.

Casi se ahoga. “Una noche –cuenta– llegó un aguacero, y cuando abrimos la puerta toda esa agua se abalanzó sobre mí; casi me ahogo, pero mis hermanos mayores me rescataron”.
Pese a este episodio, fray José María dice que su niñez “realmente fue bonita, aunque dura”. A los ocho años, don Ramón lo insertó al trabajo, junto a sus hermanos, en el matadero donde laboraba. Allí se dedicaban a limpiar los mondongos juntos, hasta que su padre falleció de un derrame cerebral en el matadero.
Los domingos –recuerda– eran los días más memorables de la semana. Vestían “bonito” y don Ramón –cuando aún vivía– traía dulces, caramelos y hasta una “cervecita” (malta) con leche condesada, cuyo sabor le parecía fuera de este mundo. Y aunque su padre era de carácter fuerte, al ser fray José el más pequeño de los siete varones, y el número 11 de los 13 hermanos, piensa que le tenía una alta estima. “Eso sí –confiesa– de vez en cuando me daba una pela, porque era muy travieso y siempre buscaba problemas con uno de mis hermanos”.

A doña Micaela, su madre –fallecida– la define como la dulzura, muy querida por los vecinos y siempre pendiente de sus hijos. Dice que ambos le inculcaron el sentido de la responsabilidad.
Vocación. Antes del llamado quería ser abogado. Más si algo deduce fray José es que Dios lo lleva de prisa en la vida, y sus mensajes le resultan claros y precisos.
Cierto día, estando en una eucaristía con su madre, quedó conquistado para el sacerdocio al escuchar a monseñor Juan F. Pepén hablar sobre esto. Tenía apenas 14 años.
El joven José eligió la Orden de los Frailes Capuchinos y estudió en el seminario Santo Tomás de Aquino. Su fe se fue reafirmando a la par que se preparaba en el conocimiento profundo de la religión. Hizo una licenciatura en Teología en Roma y por 27 años estuvo en la orden de los frailes capuchinos.

“Fray, comienza tú”
Largo tiempo después, estando de visita en la nueva residencia de su madre, en Santiago, una de sus hermanas le comentó que en muchos hogares de su antiguo sector había armas de fuego y armas blancas, y que alguien afilaba machetes en el patio de la que era su casa, lo que en cualquier momento podría generar una masacre. Y al escucharla, fray José se cuestionó: “Qué estaba haciendo la iglesia por el sector?”
Al principio intentó insertar un grupo de muchachas para que llevaran mensajes de paz a la comunidad, convencido de que no era necesario perseguir y hasta matar a los delincuentes si se les ayudaba a descubrir a Cristo en sus corazones. Más la tarea resultó muy complicada. “Era como dejarlas en un nido de víboras, lleno de criminalidad y de drogas; no podía arriesgarlas”, explicó.

La idea de hacer algo permanecía, y dice que en un momento de oración, sintió la petición del Señor que le dijo “Fray, comienza tú”. No le quedó duda, Dios lo enviaba como profeta a su tierra, al lugar donde transcurrió su infancia: El Caliche.
Solicitó, entonces, un retiro de diez años con los Frailes Capuchinos y formó la comunidad Los Hermanos Pobres de San Francisco, acompañado de siete frailes franciscanos –cinco orientados al sacerdocio– viviendo en una casita modesta, que se convirtió en un espacio para atender las penas de los que les rodean y sufrir, junto con los moradores, todo tipo de situaciones.

Anécdotas. Aquí, en “la casita”, guarda muchas historias, algunas muy lamentables. Un episodio que recuerda es una ocasión cuando mataron a un joven en la misma puerta de la casita; también cómo le ha tocado encontrarse con una balacera en medio de una procesión con el Santísimo.
Otro suceso que le viene a la memoria fue que mientras daba la bendición a un joven, alguien aprovechó el momento para herirlo con un cuchillo. El agresor fue perseguido por los ‘tígueres’ del barrio, quienes le propinaron una paliza como una lección de que no podía violentar un acto sagrado. Agradeció el gesto, pero suspiró porque no lo hicieron para defender la vida.
Con los años, los moradores se han identificado con las buenas intenciones del padre y de los demás hermanos que le acompañan, a quienes cuidan y procuran que se les respete.

Hoy día fray José agradece a Dios por la paz que se respira en Villa Duarte, especialmente por la ausencia de disparos. La comunidad ha logrado que se ofrezcan cursos de Infotep, que haya salas de tarea y se entregue una ración de comida a 320 niños todos los días. No obstante, lo que más desearía el fraile es que la gente tenga viviendas decentes, una tarea que aún pendiente. La mayoría de sus vecinos aun son inquilinos. “Quisimos comprar un terreno para hacer un edificio, pero nada más una propietaria de un ranchito pedía casi dos millones de pesos. Aquí necesitamos alianzas con el Estado que declare esto de autoridad pública”.

Fundación Futuro Cierto. ¿Cuál es la prioridad? “Crear viviendas dignas para los pobres”. Este es un proyecto a largo plazo.
“Este es un país tercermundista, RD es una tarea pendiente en educación, política, economía y salud; hay mucha miseria y los políticos no crean un proyecto de nación para salir poco a poco de la pobreza”.

A diferencia de Villa Duarte, para el proyecto Futuro Cierto el padre se enfocó en la vulnerabilidad de Elías Piña, donde a través de esta fundación construyó veinte casas de 85 metros cuadrados, con resistencia sísmica y anticiclónica. “Son los mismos pobres, pero simplemente se les ha cambiado la vivienda, y eso sube la autoestima familiar”.

Para continuar con esta tarea, fray José llama a cada dominicano en el país a aportar un dólar una vez año; y que los residentes en Estados Unidos aporten veinte dólares y los que están en Europa, veinte euros. “Queremos crear una gran cadena de solidaridad para reunir, todos los años, alrededor de 50 millones de dólares para acelerar el desarrollo del país”, indicó.
Estos aportes pueden ser depositados en una de las siguientes cuentas de la fundación: Banco BHD: 147 6562 0011 o en el Banreservas, 320 001 751 3.

Fray José desea, además, lograr una alianza estratégica con algunos distribuidores para comprarles directamente los materiales con el fin de obtener un precio razonable, “porque nosotros estamos trabajando para la nación”.

Efigenia Vicente
Esta agraciada con una vivienda digna a los 99 años, pide que “¡Todos los días la Virgen María siempre lo bendiga, por que yo no me esperaba esto! Que Dios siempre guarde esta labor que hace mirando a los pobres, porque somos pobres, pero cariñosos”.

Viera Martínez
Cuando pienso en frutos que he recibido de fray José destaco la generosidad en el servicio a los demás en silencio, y saber que de la nada se pueden construir grandes cosas. Recuerdo ese primer día que lo vi, era como si Jesús, a través de él, invadiera mi alma. Resumido, Dios me concedió la gracia de ser su hija espiritual.

Casiana Germán
“Fray José para mí representa un antes y después en el despertar de mi consciencia espiritual. Antes creía por fe; hoy, las experiencias vividas han abierto mis ojos, como al ciego de Jericó, y mi confianza está puesta plenamente en Dios”.

CORTESIA DE CRISTINA ROMERO
 

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