REDACCIÓN INTERNACIONAL.- Este jueves se llevará a cabo el primer debate presidencial en EE.UU., en un escenario inédito en el que un presidente en funciones y un exmandatario, ambos con fortalezas y debilidades innegables, dejarán ver sus rostros y sus verbos en un encuentro que muy probablemente permita evidenciar quién será el ganador en los comicios del próximo 5 de noviembre.
El evento sucederá en Atlanta, Georgia, uno de los estados «bisagras» que definirán el resultado, lo que aviva los nervios sobre la importancia de este primer round de una revancha más que esperada.
Dificultades a cuestas
En el debate, ambos intentarán dar por olvidado sus principales hándicaps.
Y cuando hablamos de hándicap nos referimos a que, por un lado, el expresidente Donald Trump (de 78 años) viene con profundas heridas de guerra. A comienzos de este mes un tribunal de New York lo declaró culpable de 34 delitos como fraude fiscal, falsedad documental y violación de leyes electorales. Pero su momento de mayor insensatez, y que ha quedado grabado en el imaginario político del mundo, ocurrió en torno a los fatales episodios de enero de 2021, cuando un grupo de sus seguidores invadió y vandalizó el Congreso estadounidense.
El actual presidente y aspirante Joe Biden (de 81 años) tampoco la tiene tan fácil y también trae sus propias heridas de guerra. Estamos hablando de un líder que se aprecia muchas veces perdido y senil, que pareciera incapaz de llevar las riendas del país.
Durante su mandato se han iniciado dos guerras y ambas lo señalan directamente a él con altos grados de responsabilidad en las mismas. Primero, el conflicto de Ucrania que ha desestabilizado la economía de EE.UU. así como el abastecimiento de combustible y alimentos y ha puesto al mundo en las antípodas de una guerra mundial. Y segundo, la guerra entre Israel y Palestina que está horadando el apoyo a su gestión de los sectores izquierdistas, universitarios y migrantes árabes y musulmanes, todos muy importantes para la campaña de Biden.
Estos sectores se organizaron durante las primarias demócratas para llamar a votar de forma independiente como protesta contra el apoyo de Biden a Israel y consiguieron una cantidad de votos que podría poner en riesgo su triunfo en varios estados claves.
La guerra entre Israel y Palestina está horadando el apoyo a su gestión de los sectores izquierdistas, universitarios y migrantes árabes y musulmanes, todos muy importantes para la campaña de Biden.
Además, uno de los puntos más débiles de Biden es su hijo, Hunter, quien ha protagonizado diferentes escándalos pornográficos, pederastas, de violación y uso de drogas y que hace tres semanas fue declarado culpable de tres cargos graves.
No obstante, estos puntos flácidos de los protagonistas no esconden sus fortalezas.
Fortalezas de los aspirantes
La fortaleza de Trump ha sido su propio carácter, su incorrección política que le ha permitido ganar adeptos incluso en los peores momentos, así como el regreso de una visión nacionalista que entusiasma al conservadurismo estadounidense.
A pesar de una gestión (2017-2021) bastante inestable, en la que ocurrió la pandemia que causó más de un millón de muertes y también cruentas rebeliones que desestabilizaron al país por medio de protestas, saqueos y pillaje, en 2020 Trump logró subir su votación más de diez millones de votos en relación a 2016.
Además, Trump viene de arrasar en las primarias republicanas sin ningún tipo de competidor de peso. Quienes se atrevieron a competirle fueron arrollados, lo que indicó un apoyo casi unánime en el conservadurismo con respecto a su polémica figura.
La fortaleza de Trump ha sido su incorrección política, que le ha permitido ganar adeptos incluso en los peores momentos, así como el regreso de una visión nacionalista que entusiasma al conservadurismo estadounidense.
Es probable que el nicho sólido de Trump se mantenga intacto para estas elecciones: el blanco norteamericano pobre que se siente representado por las preocupaciones de Trump «de hacer grande a América otra vez» y le va a apoyar hasta sus últimas consecuencias.
La cohesión de sus seguidores le puede permitir buscar capturar el voto que debería sostener a Biden: latinos, afrodescendientes y migrantes. Para ello, ya ha movido algunas fichas. Con respecto a los migrantes, Trump prometió otorgarle la ‘green card’ (tarjeta de identidad) a aquellos foráneos que se gradúen en una universidad estadounidense, lo que puede considerarse un importante giro de su discurso siempre criminalizante con respecto a este decisivo sector de votantes.
De la misma forma, utilizó su juicio y condena para compararse con la comunidad afrodescendiente debido a que se declara víctima de discriminación y aseguró que el apoyo de esta comunidad, vital para Biden, ha crecido desde el fallo judicial.
Biden ataca
Por su parte, Biden atacó bastante temprano a Trump, por medio de una campaña comunicacional en la que lo denuncia como delincuente convicto.
Las últimas semanas ha subido el volumen de su verbo para llamar criminal y alocado al expresidente y también ha sabido dirigir mensajes contundentes a la comunidad de migrantes cuyo voto puede ser decisivo.
Además, Biden tiene un arma velada que fue profundamente efectiva para las elecciones de medio término: la prohibición del aborto por parte de la Corte Suprema, controlada por los republicanos, lo que puede ser considerado una afrenta a la lucha histórica del feminismo estadounidense.
Es bastante previsible que el presidente-candidato se concentre, durante el debate, en atacar a Trump más que en resaltar los logros de su gestión.
La mayor fortaleza de Biden es el mismo Trump. Hay que recordar que en 2020, cuando Trump buscaba la reelección, los demócratas diseñaron una campaña en la que más que los atributos de Biden, vendían el malestar contra Trump, conformando una gran alianza que consiguió sacarle una ventaja de siete millones de votos.
El objetivo de esta campaña parece ser similar y por ello, es bastante previsible que el presidente-candidato se concentre, durante el debate, en atacar a Trump más que en resaltar los logros de su gestión.
Lo que se espera entonces, la noche del jueves en Atlanta, más que ofertas electorales o defensa de sus respectivas administraciones, es un ataque despiadado entre dos experimentados políticos que van a hacer lo posible por mal poner a su oponente y por demostrarse, mutuamente, quién es el «más malo».
Muy probablemente ese debate demuestre quién es el favorito para ganar el 5 de noviembre y en ello reside su importancia, a pesar de los cuatro meses que aún quedan para los comicios.
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