Autos,
catres y sillas de plástico se convirtieron el martes en camas
temporales para cientos de familias que perdieron sus hogares en el
suroeste de Puerto Rico en una serie de sismos, uno de ellos el más
fuerte del siglo.
El
terremoto de magnitud 6,4, justo antes del amanecer, mató a una
persona, hirió a nueve y dejó sin electricidad a todo el territorio
estadounidense. La mayoría de los puertorriqueños seguía sin
electricidad el miércoles por la mañana.
Además, casi 750
personas buscaron cobijo en refugios del gobierno en la región suroeste
de la isla, mientras la gobernadora, Wanda Vázquez, declaraba el estado
de emergencia y movilizó a la Guardia Nacional.
El
municipio más afectado fue la localidad costera de Guánica. Más de 200
personas se habían refugiado en un gimnasio tras un sismo el lunes, pero
el siguiente terremoto importante causó daños en la estructura del
edificio y les obligó a dormir a la intemperie.
Entre ellos
estaba Lupita Martínez, de 80 años, que se sentaba en el polvoriento
estacionamiento con su esposo de 96 años. Él dormía en una cama
improvisada, tapado con un abrigo azul oscuro.
“No hay luz. No hay agua. No hay nada. Esto es horrible”, dijo Martínez.
La
pareja estaba sola y lamentaba que la persona que los atendía había
desaparecido y no respondía a sus llamadas. Como muchos puertorriqueños
afectados por los temblores, tenían hijos en el territorio continental
estadounidense que les instaron a mudarse allí, al menos hasta que la
tierra dejara de temblar.
Aunque las autoridades dijeron que era
demasiado pronto para valorar los daños totales causados por la serie de
sismos iniciada la noche del 28 de diciembre, señalaron que cientos de
viviendas y negocios en el suroeste de la isla quedaron dañados o
destruidos. Solo en Guánica, una población de unas 15.000 personas, casi
150 viviendas se vieron afectadas por el sismo, así como tres escuelas,
incluida una estructura de tres pisos en la que los dos primeros
quedaron destruidos por completo.
En Guánica “Estamos enfrentando
una crisis peor que la del huracán María”, dijo el alcalde, Santos
Seda, aludiendo a la tormenta que devastó la isla en 2017. “Estoy
solicitando empatía al gobierno federal”.
Setecientas familias locales tenían sus casas en riesgo de derrumbe, señaló.
El
terremoto del martes fue el más fuerte en Puerto Rico desde octubre de
1918, cuando un sismo de magnitud 7,3 cerca de la costa noroeste provocó
un tsunami y mató a 116 personas.
En la zona del sismo del
martes por la noche se han registrado más de 950 sismos y réplicas desde
el 31 de diciembre, aunque la mayoría eran demasiado débiles como para
percibirse, según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS, por sus
siglas en inglés).
Aunque es prácticamente seguro que habrá
muchas réplicas durante la semana que viene, el USGS señaló que la
probabilidad de un terremoto de magnitud 6 o mayor ronda el 22%.
En Guánica, algunas personas sacaron los colchones delante de sus casas o levantaron pequeñas carpas.
Las
autoridades trataban de determinar dónde alojarlos y repartieron
mantas, comida y agua a las familias reunidas en el gimnasio por segunda
noche seguida. Muchos llevaban sus pertenencias en bolsas de basura y
se sentaban en inestables sillas de plástico. Algunos dormían. Otros
abrazaban a sus perros y muchos simplemente miraban al vacío. Un anciano
se pasó el día entero en su silla de ruedas, negándose a tumbarse en un
catre.
Mientras tanto, un puñado de gente dormía en su auto, en sillas o en el suelo cuando se acabaron los catres.
“Ya
le tengo miedo a la casa”, dijo Lourdes Guilbe, de 49 años, mientras se
enjugaba las lágrimas y decía sentirse abrumada por atender a casi una
docena de familiares reunidos a su alrededor, incluido su abuelo de más
de 90 años, que estaba sentado en una silla de ruedas con su pijama
verde y calcetines.
Guilbe indicó que en su casa había grietas y
la de su hija se había derrumbado, de modo que no estaba segura de dónde
vivirían en los días siguientes.
Los psicólogos hablaron con
Guilbe y con docenas de personas afectadas por los sismos, yendo puerta a
puerta el lunes en los barrios afectados y después visitando a la gente
en refugios el martes. Entre ellos estaba Dayleen Ortiz, que colocó un
altavoz en el techo de su auto para reproducir alegre música de salsa y
repartió ceras y papel a los niños, además de instar a los adultos a
superar el miedo.
“Hay mucha incertidumbre”, dijo. “No sabemos si esto va a continuar”.
Una niña le daba toquecitos en la pierna a Ortiz. “Quiero jugar a la beauty”, le dijo.
Ortiz
rebuscó entre las cajas de botellas de agua, sillas y mantas de su
coche y sacó nuevo esmaltes de uñas nuevos, provocando una gran sonrisa
en la niña. Es un truco que la psicóloga aprendió para entretener a los
niños tras el paso del huracán María, que causó unas 2.975 muertes y más
de 100.000 millones de dólares en daños.
La reconstrucción ha
sido lenta y el terremoto fue un golpe más para una isla con una endeble
red eléctrica y donde miles de personas ya vivían bajo lonas azules
desde el huracán.
“Yo no puedo aguantar esto”, dijo Zenaida
Rodríguez, de 64 años, que se sentaba bajo un árbol cuando la tierra
volvió a temblar. “¿Sintió eso?”.