Mientras se cortaba la electricidad en la Franja de Gaza, Fatma Aly, una palestina de 36 años que vive con su familia en la zona septentrional de Jabalia, dijo que su primera noche sin electricidad fue insoportable.
El estruendo de los proyectiles israelíes que se estrellan contra los edificios casi la ahoga. «Gaza está ahora en completa oscuridad».
«Ni siquiera tenemos velas para iluminarnos. Las tiendas están cerradas y lo único con que contamos es con una pequeña linterna LED que suele durar sólo cinco horas», dice Fatma con voz temblorosa.
Describe la situación sin servicio eléctrico como «inhumana» y afirma que la falta de energía afecta el suministro de agua para beber y bañarse: «Sin electricidad no nos bombearán agua».
La electricidad se cortó en toda la franja hacia las 14:00 horas (11:00 GMT), dos días después de que Israel ordenara el asedio total de Gaza el 9 de octubre.
Fatma y sus ancianos padres dependen actualmente de dos pequeños barriles de agua que habían almacenado antes del ataque israelí. «Sin electricidad no hay refrigeración, así que incluso el suministro de alimentos es limitado», afirma.
«La comida de la nevera se ha estropeado por completo y la hemos tirado a la basura». Añade que a su familia le resulta difícil incluso lavarse para las oraciones cinco veces al día, un ritual islámico obligatorio.
«Sólo tenemos hierbas y algunas aceitunas»
Para hacer frente al actual corte de electricidad, Fatma, y casi todos los vecinos de su edificio, intentan que sus menguantes reservas de alimentos y agua duren todo lo que pueden.
«No tenemos comida, salvo las pocas reservas que nos quedaban antes de que empezara la guerra. Sólo contamos con Za’tar (una mezcla de hierbas muy usada en la cocina de Medio Oriente) y algunas aceitunas».
Pero son los niños, dice, los más afectados.
«Mis sobrinos, que viven con mis hermanos en otros pisos del mismo edificio, son los que pagan el precio más caro». Y, entonces, Fatma llora al describir que no hay ningún lugar seguro donde puedan jugar o disfrutar de su infancia.
«¿Qué clase de vida es esta?»
Cuando llego al superpoblado campo de refugiados de Jabalia, en el noreste de Gaza, la gente está huyendo de sus casas destruidas. Los más afortunados consiguen hacerse con mantas o ropa para llevárselas consigo.
La vida me parece casi imposible en este campo, después de que ha sido repetidamente golpeado por intensos bombardeos israelíes.
«No tenemos agua ni comida, ni siquiera aire», dice un hombre sollozando en medio del campo. Y añade: «¿Qué clase de vida es esta?».
Otro hombre a su lado grita: «Esto no es una guerra normal, es una guerra de exterminio».
Abu Saqr Abu Rokba, un palestino de unos setenta años, ha perdido a sus tres hijos.
Llora mientras me describe su situación. «He perdido a toda mi familia. Cuando fui a la tumba a enterrar a mis hijos, volví y encontré mi casa arrasada. No sé adónde ir».
Algunos llegaron hace unos días, tras huir de los bombardeos en otras zonas.
Layla, nombre ficticio, afirma que venía de Beit Hanoun, situado en el extremo nororiental de la Franja de Gaza, sólo para encontrarse con una situación peor en Jabalia.
«Cada día nos enfrentamos a bombardeos», me dice esta mujer.
«He perdido a mi marido y a mi hijo. El resto de mis hijos están gravemente heridos. Todos los días sufrimos bombardeos. Todos los días», añade sin poder contener las lágrimas.
Se agotan las reservas de alimentos
Los desplazados dependen de sus propias reservas limitadas y de las de organizaciones benéficas para comer.
Algunos, incluso, deben recurrir a pozos cercanos para conseguir un mínimo de agua.
Me dicen que esperan que los suministros se agoten a principios de la próxima semana.
Camino por el lúgubre y superpoblado campamento. Me encuentro con que los montones de residuos ya han empezado a acumularse y ocupan grandes extensiones.
Las instalaciones de tratamiento de residuos no pueden funcionar sin electricidad.
Ello atraen alimañas, lo que me hace pensar en posibles brotes de enfermedades.
Dentro de lo que fue una escuela del Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (OOPS) en el campamento, cientos de personas se hacinan en pequeñas aulas.
Una escuela del OOPS gestionada por las Naciones Unidas es ahora un refugio superpoblado para desplazados y personas sin hogar.
Un hombre de unos treinta años acaba de terminar de construir una tienda improvisada para dar cobijo a su familia.
«Reuní nailon, plástico y madera para hacer una extensión de la escuela. No hay sitios donde pueda ir la gente«, me dice, mostrándome su primitivo refugio hecho por él mismo.
Niños en peligro
En el cielo se ven nubes de humo negro. Muchos dicen que empiezan la mañana con un olor acre a pólvora que les tapa la nariz y les hace toser.
Justo delante de la escuela, veo a un hombre que lleva apresuradamente a un niño pequeño a una ambulancia.
El paramédico le quita el niño al hombre.
Me dice que los servicios de emergencia han atendido muchos casos de niños y mujeres asfixiados por el humo y el polvo de los bombardeos.
El Ministerio de Sanidad de Gaza afirma que los cortes de electricidad han sido devastadores para la capacidad de los hospitales de tratar a los pacientes.
Afirma que las vidas de 1.100 pacientes de diálisis renal -entre ellos 38 niños- corren peligro ahora que se ha cortado el suministro eléctrico.
La falta de electricidad pone en peligro la vida de 100 bebés en incubadoras que ya no pueden funcionar.
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