Gina, que visita a una sicóloga por la inseguridad que le provocaron las
burlas en el colegio, ve entrar al consultorio de un siquiatra a la
chica que le hacía bullyng y piensa ¡lo que es la vida! pues al parecer
esa joven tiene problemas mayores y eso que era la “popular”.
Las víctimas de acoso escolar viven en un mundo en el que asumen que son
los débiles y sus acosadores los fuertes, pero este testimonio aportado
por la sicóloga Marisol Ivonne Guzmán derrumba el mito y confirma que
en ese escenario hay dos atormentados, el acosado y el acosador y que no
siempre el tiempo borra esa amarga huella.
Aunque los daños más visibles son los reflejados por el agredido, el
agresor es igual un afectado que descarga su rabia, su dolor o
resentimiento en los más vulnerables, como venganza saciada en un
inocente o para evitar que otros aumenten su tormento.
El contenido aportado por la especialista muestra que esto es una forma
de protección, de “ponerse alante”, porque nadie con autoestima sana
hiere a otro a propósito.
En ambos casos, las consecuencias pueden perpetuarse aunque las burlas hayan cejado.
“Algunos piensan que es cosa de muchachos, superada con el tiempo. Sin
embargo, las estadísticas prueban que esta premisa es falsa. Cuando una
persona es acosada, por lo regular experimenta sentimientos de
desesperanza, frustración, indefensión, estrés, ansiedad, y hasta
depresión”, expone la especialista del Centro Profesional de Psicólogos
Unidos.
Por eso deja bien claro que todos los indicadores que cita están
asociados a algún trastorno emocional, a veces arrastrado hasta la vida
adulta.
¿Son más propensos los hijos de abusados a ser victimizados?
“De niña y adolescente sufrí mucho maltrato en la escuela, por eso
insisto tanto en combatir ese comportamiento y ahora que mi hijo está en
el colegio y que también lo maltratan, he revivido esos momentos
horribles que creí superados y me siento impotente”. Como Manuela,
muchos lesionados ven a su prole arrastrar la misma cadena.
En cuanto a que ese patrón sea repetido como un estigma por
generaciones, Guzmán alerta que existen factores de riesgos familiares
que pueden influenciar con modelos disciplinarios severos o estilos de
crianza permisivos que forman a niños incapaces de reconocer la
importancia de las normas de convivencia.
Explica que cuando los padres no logran superar procesos no normativos
como la violencia pueden reforzar con sus actitudes no saludables a los
hijos. ¿Entonces, qué hacer? No culpabilizar, ni reforzar el miedo y la
indefensión, ayudarles a desarrollar habilidades, a confrontar de forma
asertiva y que generen un comportamiento sano.
Por esto, Guzmán aconseja a progenitores y docentes no minimizar la
situación, nunca normalizar el acoso como si todo el mundo pasara por
eso, como si fuese lo esperado, no restarle importancia, garantizar
sanciones para quienes ejercen esa dañina acción, que las víctimas
tengan apoyo, respeto y orientación, nunca revictimizar, pues
alimentaria desregulaciones emocionales.
De cuidado. Una investigación del Centro Profesional de Psicólogos
Unidos con 511 estudiantes y 100 maestros de planteles privados, arrojó
que 34.1% de los alumnos ha sido acosado dentro del aula y que el abuso
sicológico es el más señalado, en un 72.8%; el acoso entre iguales es el
más notorio, con un 27.5%. Un 46.3% de los niños calla.
Un aspecto grave es que el 38.3% de los educadores coincide en que las
personas violentadas lo merecen. Esta creencia colabora con el
mantenimiento del círculo de la violencia, pues impide que los agresores
asuman responsabilidad y que el daño merme.
“Un sistema no cambia si quienes lo forman piensan en modelos errados”, alerta Guzmán.
¡También los profesores! Los maestros no están exentos de violencia. La
investigación determinó que el 26,2% la ha vivido en alguna forma en
entornos escolares, cuando estudiaban y aun como docentes y quienes más
los han violentado son los padres. Del grupo, el 65% reconoció que los
insultos y humillaciones fueron recibidos en sus años como formadores.
“Adicional a su labor de todos los días, ese personal está llamado a
desplegar habilidades pedagógicas, disciplinarias y socioemocionales en
un contexto muy dinámico, de ahí que la docencia sea un desafío laboral.
El manejo de situaciones es cada vez más complejo, y la violencia es
una de sus principales expresiones”, expone la sicóloga.
Cita una conducta lesiva sutil, la microviolencia, que implica actos que
involucran descortesía, groserías menores, insolencias, amenazas,
faltas administrativas…que contaminan los climas escolares, que son
naturalizados, repetitivos y sostenidos y al volverse tolerables
potencian nuevas formas de agresiones.
Plantea que los educadores y los padres transformen sus sistemas de
creencias para garantizar el desarrollo saludable de los niños, porque
detener el acoso escolar es un asunto de todos los actores del sis tema.
“Reforzar las conductas de autonomía, confianza, respeto y empatía ayuda
a cambiar cualquier modelo no saludable. Educar para el buen trato.
Porque tratar bien es vivir!”, recuerda.
El camino correcto, ¿Cuál es? Guzmán ofrece pautas para reconocer cuando
un niño ocupa la posición de acosado. Consciente de que este es el reto
de todo adulto, de papás y profesores, llama a ver señales como
renuencia a ir a la escuela, ausencia de amiguitos, aislamiento,
desinterés por actividades académicas.
“Aquí no me vengas dao”, sobre esta advertencia tan habitual, lanza la
alarma de que es una estrategia que pone en mayor riesgo a los niños y
valida la violencia para relacionarse y para someter.
Por tanto, si los padres o educadores no saben cómo responder para
ayudar, lo más recomendable es auxiliarse de especialistas que les
enseñarán a identificar los procesos sicológicos y sociales por los que
pasan las víctimas.