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Calígula y la democracia violada

NACIONAL
Rafael Guillermo Guzmán Fermín
“El mayor peligro para los gobiernos es querer gobernar demasiado”.
        -Conde de Mirabeau-
La historia ha conferido a los griegos el título de padres de la democracia, aunque no se cumpliera de manera pura por aquellos habitantes del Peloponeso. Mientras los helenos ejercían el modelo parlamentario de Platón  acuñado en su obra “La República”, los espartanos eran sometidos a un sistema de férrea dictadura.

Desde aquellos tiempos, pasando por el modelo feudal donde el poder político se concentraba en la “voluntad divina” de un rey apoyado por temerosos miembros de la nobleza, y siguiendo con el modelo de Karl Marx plasmado en su obra “El Capital”, en la cual las leyes de la dialéctica generarían un nuevo sistema dirigido por la clase obrera llamada la “dictadura del proletariado”, como hasta el día de hoy prevalece el capitalismo de libre mercado utilizado hasta por regímenes totalitarios y comunistas como el chino, la política ha estado en todas partes y es causa y consecuencia de múltiples cambios sociales y económicos en todo el planeta.

En fin, la política es un arte complejo que en ocasiones se torna en un juego retorcido que afecta a todos quiérase o no. Es por ello que, ante los escenarios actuales de las contiendas de intereses políticos, que indudablemente impactarán en la sociedad en su conjunto, les invito a dar un paseo por uno de los episodios de la civilización que es referente por excelencia por sus aportes a la humanidad en todos los órdenes del quehacer de gobernar: el imperio romano.

En este período de la historia, cada vez que fallecía un emperador la tradición era que el Senado celebrara su “apoteosis” a través del cual se le confería estatus divino y culto propio. Sin embargo, si el “imperatur” había sido objeto de desprecio, ese mismo Senado podía elegir lo contrario, menospreciarlo en vez de enaltecerlo, mediante la figura que se conoce hoy en día como “damnatio memoriae”, donde se obviaban las ceremonias, se borraban todas las inscripciones públicas -proceso conocido como “abolitio nominis”-, se raspaban las pinturas de sus retratos, sus monedas acuñadas y derribaban sus estatuas, negándole así el acceso al cielo. Tal era el destino de los gobernantes malvados, los impopulares o los desafortunados.

Algo parecido se trató de hacer luego de la caída de la dictadura de Trujillo, cuando no solo se intentó demoler lo malo de su régimen, sino también sus buenas obras. Sin embargo, ese “abolitio nominis” no ha sido efectivo con la figura del Generalísimo gracias a algunos malos gobernantes que le han sucedido en el poder en más de media centuria, cuya permisividad ha permitido la pérdida de nuestros valores cívicos, la invasión haitiana descontrolada y sistemática, excesivo endeudamiento externo, altos niveles de criminalidad y una corrupción generalizada en el Estado, cosas que no ocurrían en aquel gobierno.

Los emperadores -gobernantes- con visión de estadistas no ponían el ojo en el viaje sino en el destino: la sucesión, pues la historia imperial les enseñaba que la ambición desmedida de algunos césares era más poderosa para que el civismo romano la domara, que al final estos caían de manera estrepitosa y Roma se vería gobernada por un sucesor repentino aun más ambicioso, hasta que llevaron a la destrucción del mismo imperio. Tal fue el caso del emperador Calígula, que en su ambición por controlar todos los poderes del Estado imperial atemorizó, corrompió y “cualquierizó” el Senado, y su caída del poder degeneró en la figura de un Nerón.

En sus inicios, Cayo Julio César (Calígula), era depositario de un catálogo de virtudes, que al paso del ejercicio del poder y rodeado de aduladores infestados por la codicia y la maldad más retorcida, lo desviaron de sus sueños de recuperar la gloria de Roma y rescatar el nombre de su padre, el gran general Germánico, para terminar siendo la versión oscura de Alejandro El Grande.
Entre esos personajes aduladores encontramos a  Cayo Calisto, un liberto -esclavo emancipado-, quien luego de enriquecerse en base al tráfico de influencias por ser del círculo de confianza de Calígula, terminó conspirando y traicionándole con su tío Claudio, para garantizar su supervivencia y mantener su opulenta fortuna mal habida.

Otra figura destacada fue Vespasiano, quien fue sable de Calígula para domeñar el Senado, los cónsules y la clase ecuestre, en fin, los músculos y el esqueleto del imperio.
Con este ambicioso y recio personaje, que decapitaba a la nobleza romana más rancia tal como un jardinero poda aquellas plantas fértiles con igual entusiasmo que las malezas, el emperador Calígula logró en un principio culpar de sus desafueros a ese personaje, mientras a los ojos del populacho daba la impresión de que las clases altas se mataban entre sí, logrando temporalmente que se mantuviera su popularidad entre el resto de la población romana.

El fin trágico de Calígula, hijo adoptivo del emperador Tiberio y  descendiente directo del gran César Augusto, fue ejecutado por su mismo círculo íntimo y su propia familia, no solamente hartos de sus excesos y haber agotado todas las herramientas de persuasión para que rectificara su política de Estado, sino más bien, porque se presentó el gran dilema de si continuar la destrucción del Senado y la clase dirigencial del imperio o salvar a Roma de convertirse en una dictadura al estilo oriental como Macedonia.

Otros cercanos se recordaban del período del emperador Tiberio, y qué hubiera sido de Roma de no haber existido cónsules independientes y un Senado vigoroso que la protegiera de sus excesos o votara en contra de sus peores desvaríos. Entonces, la situación era elegir entre dejar convertir al emperador en un dios-rey, sin oposición, o restaurar la democracia violada de un Senado en ruinas para salvar a Roma.

En efecto, por esa falta de visión de estadista, y catalizada por las mismas ambiciones personales de los más cercanos y familiares, Calígula fue traicionado y asesinado por su círculo íntimo de hombres y quedado completamente solo, desatándose de inmediato una lucha de poder que degeneró en el ascenso al trono del pirómano emperador Nerón, quien llegó a incendiar a aquella Roma gloriosa que tanto trataron de salvar algunos pocos sensatos.

En nuestra historia contemporánea podemos ver casi la repetición del escenario anterior, cuando por las ambiciones desmedidas de perpetuarse en el poder y vulnerar las instituciones para esos fines, degeneraron en la instalación de una dictadura de más de treinta años, terminando ese régimen por la conspiración, traición y posterior asesinato ejecutado por el mismo círculo íntimo y familiares del dictador.

Como ya sabemos, la historia nos relata que finalmente prevaleció la unidad de Roma, para asombro de sus enemigos, por la simple lógica de que la suma de las partes es más poderosa e importante que una porción individual que desea eternizarse como un dios viviente, pues la verdadera deidad era la eterna capital de Rómulo.

Finalmente, y a modo de reflexión, los políticos experimentados no ignoran nunca que la historia si no se aprende de ella es capaz de repetirse, por lo que nos atrevemos a afirmar que la historia es una poderosa herramienta que tenemos los seres humanos, capaz de instruir la experiencia y poder corregir o evitar a tiempo los errores que otros han cometido en el pasado, pues como decía el escritor francés FranÁois Mauriac: “Los hombres de Estado son como los cirujanos: sus errores son mortales”.

¡Salvemos a Roma!
 
FUENTE: LISTIN DIARIO

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