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El sacrificio de una madre cultivando marihuana por la vida de su hijo

INTERNACIONAL
MÉXICO. Janely López apenas lo pensó dos veces cuando decidió cultivar ilegalmente marihuana y preparar las dosis que ahora hacen más llevadera la vida de su hijo Diego, después de que los médicos le dieron por desahuciado.

Esta mujer, quien dice tener fe en “Dios y la planta”, cuenta que el proceso de cultivo es artesanal tanto por el método como “por ser un acto de amor”, desde que sus manos se manchan en la tierra al introducir las semillas hasta verter el líquido bajo la lengua de su hijo, mientras con la otra mano le sostiene la nuca.

Diego, de 6 años, tiene los ojos grandes y esquivos, la tez morena, el pelo muy negro y una risa por momentos contagiosa.

También tiene un diagnóstico base de microcefalia, de la que derivan entre otras dolencias la parálisis cerebral, la espasticidad severa y una epilepsia de difícil manejo.

En el año 2015, los médicos de la clínica de cuidados paliativos a la que acudía le dijeron a Janely que su hijo estaba “desahuciado”.

“Cuando utilizan la palabra desahuciado significa que ya no tenemos ningún medicamento que te podamos dar y en la atención médica estamos saturados. Quédate en tu casa y si ya se murió pues ya lo traes”, explica la mamá en entrevista con Efe.

Fue entonces cuando decidió probar con la marihuana, planta con la que ya había estado ligada durante buena parte de su vida a raíz de su hermano, quien la fumaba para aliviar fuertes dolores en la columna.

A partir de un extracto artesanal que le proporcionó una organización, y desoyendo los consejos del pediatra, con quien pactó darle reportes de su evolución, las mejoras llegaron.

“Ese extracto que le empezamos a dar es el que le despertó.

Empezó a balbucear, empezó a reír y las crisis empezaron a disminuir”, asegura mientras observa a su hijo, que se mece mirando al techo en un tapete de colores y animales hecho por su padre.

Después de ese primer contacto, Janely comenzó ella misma a preparar el extracto, cuya dosis adecuada la encontró a base de muchas horas de estudio y lecturas. Nunca un médico le aconsejó cuál era la cantidad que tenía que dar a Diego.

Este esfuerzo, para Janely, representa la fuerza inquebrantable de las madres a la hora de velar por sus hijos.

“Todas las madres que vivimos una situación así, en la que estás viendo que tu hijo se desgasta lentamente, sacamos valor porque sí. Y tienes una resiliencia muy grande, te levantas de caídas muy fuertes”, asegura.

Un dilema legal
Ella se encuentra en un dilema legal motivado por la necesidad de ayudar a su hijo. Cultivar la marihuana, así sea para casos extremos como este, está prohibido en México; importar el aceite es legal, pero Janely no se lo puede permitir.

“El Gobierno juega a una doble moral, es absurdo que tengamos que importar cuando tenemos las condiciones climatológicas para hacerlo aquí”, critica.

Según Janely, un extracto de cannabidiol (CBD) -el principal componente de la planta-, de 5.000 miligramos del compuesto diluidos en 250 mililitros de aceite de coco u oliva, importado de Estados Unidos por la empresa HempMeds México, cuesta 6.500 pesos (unos 330 dólares al cambio).

A ella, cultivar la marihuana en su huerto clandestino le sale por unos 2.500 pesos (126 dólares al cambio).

“Se le llama artesanal porque todo es meramente casero. Tú cultivas, llevas el proceso de cultivo a la cosecha, haces el proceso de moler la planta, de manipularla, de ponerla a macerar en alcohol, y posteriormente la ponemos en punto de ebullición para retirar el alcohol”, detalla.

A pesar de que en la legislación mexicana existen penas por cultivo, Janely lo tiene claro: “sabemos que a una mamá no la van a parar”, dice con honestidad y desafío.

“Las mamás tenemos ese poder de enfrentar cosas mayores. Sabemos también que las autoridades se meterían en un problema muy grande a nivel social si llegaran a detener a una mamá que lo que está haciendo es ayudar a vivir a su hijo”, asegura.

Por ello, la madre continuará haciendo cosas por la vida de su hijo, quien desde que empezó a tomar esta suerte de elixir “ya no necesita tantos cuidados y casi no toma otros medicamentos”.

La complicidad entre ambos es de una confianza extrema. La madre lo carga en brazos y juega con él. Él le da pequeños mordiscos cariñosos. Incluso se permiten bromear. Entre los dos hay un “humor negro muy especial”.

Diego, a quien hace poco su terapeuta puso a caminar, requiere estirar su cuerpo con una gigantesca pelota medicinal roja sobre la que su madre lo posa y el pequeño, boca arriba, observa el mundo a de forma especial.

El sol llega fuerte a la casa en la que viven ambos junto a su padre. Mientras, en algún lugar, unas plantas crecen y atraviesan la tierra, por el momento de manera ilícita, con el tesón de una madre y la fuerza con la que se rompen los tabúes.
 
 
DIARIO LIBRE

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