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“La vida es sueño” celebra al Teatro Guloya

Cuando Claudio Rivera y Viena González crearon el Teatro Guloya iniciaban un sueño acariciado que se prolonga ya por 25 años y del que definitivamente no despertarán, trascendiendo en el tiempo, como las obras de arte, el pensamiento creador o el teatro clásico que se reinventa una y otra vez.
Haber escogido “La vida es sueño”, de Pedro Calderón de la Barca, para esta celebración, más que un acierto y una osadía, es una forma de seguir soñando, de sentir el embeleso que se decanta de la realización plena lograda a través de su particular enfoque del hecho teatral. Claudio Rivera director del grupo, transgresor contumaz, se aviene sin embargo en su propuesta a la dramaturgia del Siglo de Oro, y al prescindir de las supuestas unidades de tiempo y lugar, asume la estructura de espacio-temporal de la vida humana.
En su obra cumbre, Calderón de la Barca presenta la dialéctica fundamental de la libertad y el destino; su argumento conocido por todos los amantes del teatro, inicia con la llegada de Rosaura –Viena González– disfrazada de hombre, quien viaja a Polonia en compañía de su escudero Clarín, –Noel Ventura– para vengarse de su prometido, Astolfo –Jabnel Calizán–.
Ambos descubren al príncipe Segismundo, quien se encuentra encadenado en una torre, privado de su libertad sin saber quién es, ignorando el delito cometido para merecer tal castigo. Se produce entonces el momento de mayor dramatismo y más célebre de la obra, cuando Segismundo en una introspección, pronuncia su célebre monólogo que inicia con estos veros: “¡Ay mísero de mí, Ay infelice!… qué delito cometí contra vosotros naciendo”. Víctor Contreras encarna de manera muy particular al atribulado príncipe que representa la incertidumbre de la vida; el actor logra conmovernos con la fuerza dramática que imprime al personaje.
Viena González muestra, una vez más, el talento y manejo de la técnica teatral, que caracteriza a Guloya. Noel Ventura convierte a “Clarín” en una especie de Arlequín, personaje de la comedia del arte, y con gracia y picardía, consigue momentos de hilaridad.
Claudio Rivera, director, une los tres actos de la obra en una sola jornada, pletórica de escenas intensas, algunas con pinceladas de color local. En su doble rol, Rivera como actor, asume el papel de “Basilio”, rey de Polonia, astrólogo y padre de Segismundo, quien siguiendo la profecía del oráculo de que su hijo sería un rey cruel, lo encierra, mintiendo al pueblo al decirle que ha muerto. La personalidad de Rivera en escena es impresionante, todo en él es elocuencia, la expresividad de los ojos en movilidad constante que no impide la mirada penetrante, el gesto y la voz en perfecta concordancia, son solo parte de sus plurales recursos de actuación.
El personaje de Clotaldo, el lacayo, único contacto con Segismundo, interpretado por Ramón Candelario, tiene una particularidad: su potencial histriónico no se esconde tras la máscara, siendo capaz de comunicarnos sus diferentes estados emocionales, convirtiendo el aditamento en mero artificio, sin dejar de ser atractivo.
La dualidad, característica del barroco, se expresa en esta obra, oscuridad y luz, sueño y realidad; la doble trama, el drama de Segismundo y la historia de Rosaura van paralelas, sin que por ello se rompa la unidad, pero el eje esencial, libertad y destino son los polos de la tragedia.
La duda decide la acción, Segismundo es sometido a prueba y llevado inconsciente por efecto de un narcótico al Palacio, donde al despertar se comporta como los astros habían profetizado. Basilio piensa que los hados tenían la razón, y este será su gran error… el destino es inexorable. Segismundo despierta de nuevo en su torre, no sabe si ha vivido o soñado. Aquí se produce otro momento cumbre de la obra, cuando el príncipe, dubitativo, se pregunta: “¿Qué es la vida? Un frenesí… una ilusión, una ficción, y el mayor bien es pequeño, /que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Víctor Contreras se crece, su actuación es convincente.
El lenguaje simbólico, las analogías, son parte consustancial de esta obra. Claudio Rivera, en un alarde de creatividad, aprovecha todas las posibilidades del drama en el que imperan las apariencias, y recreando la acción en otros estadios convencido de que el escenario, más que un espacio físico, es un espacio dramático, dinámico, hace uso de una parafernalia espectacular que enriquece visualmente su propuesta, sin que por ello sucumba la intensidad del drama.
Los demás personajes: Astolfo, -duque de Moscovia, tiene un excelente intérprete: Jabnel Calizán, la duplicidad de sus brazos nos remite a figuras del panteón hindú, y Estrella -la infanta- es exquisita en su aparente ingenuidad. Cada personaje es parte de un todo, de una síntesis cabal, lograda por Claudio Rivera.
Cada escena es una alegoría, una metáfora sugerente, Basilio y otros personajes, producen un instante sublime, cuando al quedar inmóviles, se escuchan las cuatro notas “del destino” de la Quinta Sinfonía de Beethoven. El destino ha vencido, Segismundo es proclamado rey por el pueblo. Felicitaciones al Teatro Guloya en su 25 aniversario.

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